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Jesús Zomeño
Vol. 1, No. 2, Otoño 2009 : Cuento

Vitam damus
(22 de diciembre 1918)

"His lacrimis vitam damus"
— Publio Virgilio Marón

Arthur Dennis Harding durante cinco años almorzó un sándwich sentado cada día en el mismo escalón de la Catedral de San Pablo.

Durante cinco años estuvo ahuyentando a las palomas porque siempre tenía hambre.

Arthur Dennis Harding vestía un traje de franela gris y le pasaba la mano por encima cada noche para plancharlo. Sus cuidados estiraban las arrugas y marcaban la línea de sus pantalones, según él imaginaba.

Durante cinco años estuvo sonriendo al bajar del metro en la estación de Monumento y se metía una mano en el bolsillo para apretar el puño si tenía frío.

No era un hombre corpulento, eso lo sabía. De haber tenido mas talla quizá todo hubiera sido diferente. Tampoco sabía jugar al críquet ni entendía de arte. Su única hazaña, de la que presumía, fue la de haberse presentado voluntario cuando se anunció en el Times la expedición de Shackleton. No resultó elegido porque acudieron más de cinco mil ingleses y los méritos de él pasaron inadvertidos, pero siempre mantuvo el orgullo de su disposición aunque no volviera a tentar a la suerte.
Arthur Dennis Harding odiaba la lluvia y se negó siempre a usar un paraguas. Era un hombre gris, según pensaba de sí mismo cuando regresaba cada tarde a su casa del 39 de Cleveland Square con una fruta madura en la mano para cenar.

No era persona de muchos amigos, aunque siempre se mantuvo fiel a su relación con Julius, incluso cuando a éste le acusaron de homosexual y le despidieron de Lloyds. A Arthur Dennis Harding le gustaban las mujeres, al menos en la medida de aspirar a tener un hogar ordenado. Sin embargo nunca sintió que fuese urgente decidirse. Cuando le propusieron la conveniencia de entablar relaciones con Eleanor, la secretaria del departamento de contabilidad, no le desagradó la idea, pero ella vivía en Merton y a él le pareció muy incómodo tomar a la ida y a la vuelta dos autobuses.

Calzaba un zapato grande, cuya horma además le ajustaban a medida porque sufría mucho de los pies. Tanto caminar cada día con papeles en la mano, cansaba lo suyo. A veces le entraban ganas de volar agitando los expedientes como plumas al extremo de los brazos, pero era persona sobria que no se entregaba con mucha constancia a las quimeras, ni a los impulsos espontáneos.

Arthur Dennis Harding tenía un agujero en el bolsillo y si lo olvidaba las monedas le resbalaban por el interior del pantalón hasta el zapato. Hubiera resultado graciosa la anécdota de no ser él un hombre serio al que además le dolían mucho los pies.

Durante cinco años almorzó cada día sentado en el mismo escalón de la Catedral de San Pablo, salvo cuando estaba lloviendo. Los días de lluvia comía sentado ante su mesa de oficina, lejos de la ventana. Dejaba abierto el cajón superior de la mesa para mirar de reojo una foto en blanco y negro de La Alambra de Granada, un lugar de España que atraía su fantasía desde que leyera los cuentos de Washington Irving. El cajón lo cerraba después con llave, porque él mismo le tenía miedo a sus sueños.

Los festivos paseaba por Hyde Park con el mismo traje de franela gris. No le echaba comida a los patos del estanque, porque nunca lo hacía con las palomas y él era persona de costumbres sentadas.

Relajaba el gesto para mostrar una bonita sonrisa cuando bajaba del metro en la estación de Monumento, aunque nadie se preguntó nunca por el motivo. También es posible que nadie se diera cuenta del detalle.

Arthur Dennis Harding no quiso ir a la guerra, pero nadie le echó en falta cuando no regresó.

Todo son fragmentos superficiales, solo él conocía el argumento.

Era un hombre metódico en la rutina y al marcharse dejó su traje de franela gris sobre una silla porque no tenía armario, ni más trajes, ni consideró la posibilidad de no volver.

His lacrimis vitam damus.

Amén.

 

Recordamos que pueden ponerse en contacto con la Señora Thompson Bridges aquellas damas que quieran colaborar con la colecta navideña de dulces para los huérfanos; que el coro ensayará a las cinco en Nochebuena y que este primer año de paz tienen especial significado los oficios que celebramos a diario en memoria de nuestros feligreses que murieron en la Gran Guerra, por lo que se agradecería una mayor afluencia.

Mañana se celebrará misa en memoria de William John Aldridge, se ruega que quienes lo recuerden dejen en la sacristía sus notas para componer la homilía.

 

 

Jesús Zomeño nació en Alcaraz (Albacete, España), en 1964. Actualmente reside en Elche. Ha publicado varios libros de poesía: Del eterno regreso (Valencia, 1989); una trilogía sobre Marruecos compuesta de Diario marroquí (Elche, 1990), Segundo viaje a Marruecos (Valencia, 1992) y Diario de los nómadas (Valencia, 1995); El otoño de montparnasse (Elche, 1995); Un libro titulado 34 poemas (Elche, 2000), Lectura de estaciones (Béjar, 2001). En prosa ha publicado Cuestión de estética (1987) y, recientemente, Lengua azul (V Premio Café Món). Es editor de la colección de poesía Diarios de Helena y del proyecto de Laberintos.

Naufragios incluyó un cuento de Jesús Zomeño —"El queso"— en su edición inaugural, en primavera del 2009.

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