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Suplemento, No. 1 - agosto 2011

¿Quién no vio a Toti España en las alturas de Castro Alto?

¿Quién no vio a Toti subir a las alturas más encumbradas de Castro Alto? ¿Quién no lo vio bajar por la Galvarino Riveros entre los impecables claroscuros de su propia sombra para perderse entre gallos y medianoche en alguno de sus lugares sagrados? ¿Quién no vio a Aristóteles España, poeta, amigo y teatrero, haciendo subir a la sala de actos de los Padres Españoles a una multitud descomunal que no quería perderse ni un minuto de la superproducción de Gustavo Boldrini “Nadie hablará sobre circos”, dirigida por el mismísimo Totito, y que por pura mala pata o tal vez por la excelsa brevedad de la puesta en escena arribó a puerto cuando los asistentes que habían llegado con intachable puntualidad ya habían iniciado el regreso a sus hogares comentando dichosos que la producción había sido tan fastuosa que hasta la mismísima Banda Municipal de Castro —maestro Mora, incluido— había participado en ella, autorizada por el alcalde en ejercicio. Entre tanto olvido que se nos va y que se nos viene, ¿quién podrá olvidar a nuestro inolvidable Totito?

El primer recuerdo que tengo de Toti es golpeando la puerta de mi casa en O”Higgins 756. Salgo a ver quién es y me encuentro con un muchachito que me pregunta “¿Eres el mismo Carlos Trujillo que jugaba básquetbol por el Liceo?” Tras mi respuesta afirmativa, me dice, “es lo que imaginaba. Yo iba a ver todos tus partidos, pero le hacía barra al Politécnico.” Tras esa breve e inesperada presentación me contó que en Punta Arenas había leído mis Musas desvaídas , que estaba enterado de toda la actividad que hacía Aumen, y que precisamente ésa había sido la razón que lo había hecho regresar a Castro, para quedarse .

Con el tiempo iríamos reconociendo un pasado común, amistades comunes y viejas relaciones entre nuestras respectivas familias. Asimismo, poco a poco iría develándonos su experiencia de preso político en Dawson siendo apenas un estudiante de escuela secundaria a quién el golpe de estado lo encontró como dirigente estudiantil.

Mucho se hablará y se escribirá de nuestro querido amigo. De sus largas permanencias en el norte (Santiago), sus exilios, su apresamiento en Bolivia, sus viajes, tanto los hechos como los soñados, sus proyectos editoriales, sus desapariciones sin dejar rastro, sus historias en La Unión Chica, donde fue compañero infatigable de Jorge Teillier, Rolando Cárdenas, Enrique Valdés, Álvaro Ruiz, entre otros, y Ramón Díaz Eterovic, quien lo presentó a sus amigos poetas residentes en la capital, o mejor dicho en La Unión Chica, pero que afortunadamente muy pronto buscó su propio rumbo literario y personal, salvándose del entramado de historias, afectos y mitos de La Unión Chica. Yo quiero recordar las dos última socasiones en que estuve con mi amigo Aristóteles Bernabé España Pérez, ambas lejos de la isla: enero de 2008, en Santiago, y julio de 2009, en Valparaíso.

La primera fue en enero de 2008 cuando viajé a Chile para presentar mi libro Nada queda atrás. Se suponía que la noche del 4 de enero sería la presentación del mismo en La Casa Chilota, pero como la publicación se atrasó un día o un par de horas, ofrecí un recital titulado “La palabra y su perro.” Apenas llegué a Santiago llamé a Toti para invitarlo al recital y él me invitó a juntarnos a eso de las tres de la tarde para que me presente a su nueva esposa y luego los tres nos iríamos a La Casa Chilota. A las tres en punto nos reunimos y muy pronto enfilamos hacia el edificio del Ministerio de Hacienda (puede haber sido otro, que en asunto tan alto soy poco entendido). Mi amigo estaba feliz. Feliz de la vida, felizmente casado, en buena situación económica y laboral (había iniciado un proyecto editorial que le estaba produciendo buenos dividendos). Un fin de semana lo pasaban en la playa, otro en la casa de campo del suegro, es decir, una vida de sueño, tras uno de los tantos períodos complicados en la vida de Toti.

Muy pronto enfilamos hacia un piso equis del Ministerio donde me presentó a su nueva esposa y yo quedé encantado con el nuevo rumbo que había tomado la vida de mi amigo, que, por lo demás, no tomaba ni un solo trago.. La esposa me recibió muy amablemente, y no era para menos porque Toti le dijo “Él es mi primo del que te había hablado, el poeta Carlos Trujillo.” Como aún no eran las cinco de la tarde, le propusimos a la esposa que siguiera con su trabajo, mientras Toti y yo seguiríamos la conversa en la sala de recepción. Una vez allí, inmediatamente le dije: “¿De dónde sacaste que somos primos?” Y su hermosa respuesta fue: “Claro que somos primos, poh. Yo sé que tu mamá y mi mamá fueron súper amigas.” Tras tan bella y precisa explicación, mi relación con Toti pasó de la amistad inquebrantable al parentesco eterno.

Ni siquiera habían pasado dos meses de este dichoso encuentro cuando me enteré de que Toti estaba hospitalizado en Buenos Aires, solo y enfermo. Me comuniqué con él, e inmediatamente me contó su larga y detallada versión de los avatares que estaba pasando desde hacía algo más de un mes… En junio de 2009 llegué a Valparaíso y mis amigos castreños me informaron que Toti estaba internado en el Hospital Psiquiátrico del Salvador. Llamé por teléfono a algunos poetas del puerto quienes me indicaron las condiciones en que se encontraba así como las condiciones en que lo habían encontrado. Mi afecto por Toti hizo que me tomara unos cuantos días para afirmarme bien antes de ir a visitarlo.

Si la llegada al hospital fue una odisea, la verdad es que eso sería sólo el inicio de la misma. Dentro del hospital me enviaban de un lado a otro, y parecía que ninguno de mis informantes era funcionario del recinto. Tras andar “como maleta de loco” de un lado para el otro, finalmente llegué al segundo piso de un edificio de aspecto tan descuidado como todos los otros. Entonces pensé, “aquí nadie viene a sanarse sino que a ponerse peor”. Toqué la puerta con inseguridad y temor puesto que hasta entonces no me había atendido ningún funcionario del hospital. Tras varios toques me atendió una persona a quién le pregunté si allí había un paciente llamado tal y tal. Me dijo que sí, que había un paciente de ese nombre, y que podría verlo en la sala de visitas. Mi breve tránsito por ese pasillo me permitió ver las condiciones en las que se encontraba mi amigo. Tras cada puerta un grupo de pacientes (drogadictos, alcohólicos, dementes, delincuentes que robaban para comprar drogas) y con ellos sus miles de historias y miserias.

Llegó mi amigo Toti caminando como un anciano más que centenario. Sus pasos eran muy cortísimos y parecía que un pie debía pedirle permiso al otro antes de decidir moverse. Me impactó la precariedad física de mi amigo y seguramente él lo notó de inmediato porque no tardó en decirme: “Carliños, tú no me viste cómo estaba cuando llegué aquí. Ahora estoy súper bien porque ya puedo caminar. Cuando llegué aquí ni siquiera podía pararme y cuando me paraba andaba encorvado como un viejito.” Todavía caminaba encorvado como un viejecito, pero parecía que no se daba cuenta de eso porque, por lo visto, había llegado mucho peor.

Estuvimos allí un par de horas compartiendo unas cuantas cositas que le había llevado. Le comenté que unos días antes había estado con un grupo de poetas de “Aumen”, en Santiago, que leímos en La Casa Chilota, que todos se acordaron de él, que hicieron memoria de sus andanzas, y que todos le mandaron saludos… La tarde pasó ligera como una brisa. Me contó que el personal del psiquiátrico igual que los demás pacientes lo trataban muy bien (¡no pienses que todos están locos; muchos cayeron aquí por la droga, otros simplemente por el alcohol!), que se notaba bien recuperado, que tal vez en quince días estaría afuera nuevamente y que no volvería a tomar nunca más — ¡te lo prometo, hermano!— que le habían jugado sucio en su empresa editorial, que un tipo que llegó en ese momento a preguntarle si quería ir al patio había sido agarrado por los pacos cuando se llevaba al hombro un cajero automático (”¡y todo para comprar!”), que estaba muy ilusionado con su salida del psiquiátrico porque una bellísima estudiante de la Universidad Austral estaba muy enamorada de él y le había pedido que vivieran juntos, que quería irse a Valparaíso para escribir su tesis de grado sobre su poesía. Es decir, el Toti de siempre. Físicamente decaído, angustiado por el encierro, pero con la cabeza llena de sueños y las ilusiones a flor de piel: “la vida está allí esperándome, hermano, y no puede dejar pasar esta oportunidad.” Quiso salir a dejarme a la puerta de la institución pero no se lo permitieron. Pidió hablar con uno y con otro para que lo autorizaran a salir a despedirse de su amigo que lo había venido a ver desde Estados Unidos. “Sólo quiero tomarme un café con él.” Pero de nada sirvieron sus explicaciones.

Nos abrazamos allí mismo, bajo la atenta mirada del guardia que no le permitió salir a despedir a su amigo. Y no lo vi más. Pero unos meses o tal vez un año después volví a recibir un par de envíos de Toti. Aparentemente poemas recién escritos. Poemas llenos de vida, de búsquedas y pérdidas, de claroscuros e iluminaciones, de sueños e irrealidades. Poemas de mi amigo y pariente Toti, a quién en un lejano día Lope sin Pega, admirado de sus andanzas poéticas y políticas le dedicó un soneto titulado “Poeta a punta de fusil.”

CARLOS TRUJILLO
Villanova University
Viernes 29 - Domingo, 31 de julio de 2011

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