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En diálogo con Víctor Martín Iglesias

Joseph Robertson: ¿Cuál es tu proceso creativo? ¿Crees en los procesos creativos, o para ti el texto surge de una exigencia del texto mismo?

Víctor Martín Iglesias: Empezando por el final: sí, creo en los procesos creativos. Desde que uno coge el lápiz hasta que da un texto por terminado tiene lugar un proceso creativo, surge algo que antes no era ni estaba, eso es innegable. La cuestión es en qué consiste, qué sucede entre el gesto inicial y la decisión final. Cuando saco el cuaderno, o enciendo el portátil, suelo tener una idea previa, no me pongo a escribir sin más, parto de ideas que anoto en el móvil o en una libreta y que casi siempre surgen de fragmentos de lecturas o conversaciones. A partir de ahí comienzo a desarrollar el poema. Mis poemas tratan sobre ciertos temas muy concretos y que son fundamentalmente dos: la literatura (el arte si se quiere) y la soledad; mi trabajo, que por otra parte es un trabajo voluntariamente aceptado y no una imposición consiste en expresar lo que ya tengo dentro de la mejor manera posible y no, no sé lo que quiere decir “mejor” en esta frase.

J.R.: Entre los versos de Cómo hemos llegado a esto, ¿sería correcto decir que hay 'personajes' escondidos en los pronombres, en el paisaje de tus observaciones? ¿Cómo ves el problema de la relación del autor con su lector íntimo (o sí mismo o un ser querido) a diferencia de su relación con el lector del libro?

V.M.: Mi opinión personal es que sí, que existen esos personajes de los que hablas. En mis textos hay un componente ficcional muy claro, por eso hay que tener cuidado en identificar estos poemas como autobiográficos aunque en muchos momentos ese carácter aparezca indudablemente. La primera regla del juego de la literatura es que todo es ficción, y poco importan las posibles conexiones con la realidad que puedan hacerse. Y mientras afirmo esto, recuerdo las palabras de Gamoneda: ¨la poesía no es literatura¨ y creo que se genera un debate interesante al que no creo que sea necesario encontrar ahora una respuesta. En cuanto a la segunda pregunta, para mí no existe tal problema, ya sea el lector cercano o desconocido. Mi trabajo ha terminado, ahora comienza el del lector individual y no nos pediremos nunca cuentas. No puede contar conmigo, lo cual es justo y además necesario, pues yo no he contado con él más que un plano hipotético y, por tanto, irreal.

J.R.: Para ti, ¿la poesía corresponde a un mundo existente, que se narra en verso, o crees que el poeta trabaja en un mundo inventado?

V.M.: Mi poesía parte de un mundo existente: el mundo de los libros, de la música, de lo que me cuentan y es contado por mí de vez en cuando. De todas las influencias que uno recibe y que le hacen. Ahora bien, cuando escribo, no tengo ningún respeto por la realidad. Que ciertos versos no sean biográficamente ciertos es irrelevante si funcionan al propósito del poema. Javier Marías suele decir que ¨la vida es muy mala novelista¨ y en esto, como con otras muchas cosas de las que dice Marías, estoy totalmente de acuerdo. El poema parte de una cierta realidad y va donde quiere, puede y, si se deja, donde lo llevo yo.

J.R.: ¿Puede ser la poesía una crítica de la realidad, o del prejuicio que dicta que tiene que haber una realidad uniforme y concreta? 

V.M.: En primer lugar no creo que exista tal prejuicio. Desde luego me parece que no hay una realidad uniforme y concreta, creo eso es algo ya asumido. En cuanto a si la poesía puede ser una crítica de la realidad, bueno, es una pregunta muy compleja. Cada vez que abrimos la boca o escribimos algo estamos criticando la realidad porque la estamos moldeando y dando forma, cada vez que opinamos, aseguramos, atacamos, defendemos o, en fin, decimos cualquier cosa, estamos criticando la realidad, pues aquello que decimos parte de nuestra subjetividad y por tanto se defiende siempre una postura, cualquier cosa que decimos nos define. Si entendemos crítica como un acto más político o hablamos directamente de poesía protesta, lo único que puedo decir es que sí: la poesía puede ser, y de hecho muchísimas veces es, una crítica de la realidad, ahora, su utilidad tiende a cero.

J.R.: En el lenguaje a veces meditativo del libro, ¿encuentras que hay algo de oración, de búsqueda espiritual? ¿Cómo explicarías tu manera de acercarte al significado, como proyecto implícito del lenguaje? 

V.M.: Es curioso que me hagas esa pregunta porque siempre he pensado que en algunos de mis poemas, como por ejemplo en ¨Decepción¨ o en el título mismo del libro, hay algo de oración, de preguntar al aire cansado de no obtener respuesta y ser consciente de que el tiempo no las va a traer consigo. Lo que sí es seguro es que no hay nada de espiritual. Aunque es mi primer libro individual y creo que soy bastante joven, no tengo ya edad para amigos invisibles y cuentos de hadas, aunque precisamente lo único que han hecho todos estos personajes hasta el momento es buena literatura. Ese lenguaje meditativo que señalas existe, pero no está relacionado con la espiritualidad. Se trata de una reflexión consciente, de algo tan humano y terrenal como es preguntarse, por ejemplo, porque a veces nos sentimos tan irremediablemente solos, que es algo que hemos hecho muchos en muchas ocasiones.

La segunda pregunta contiene mi respuesta, me parece precisamente eso: que el significado es el proyecto del lenguaje. El significado está en constante construcción y el lenguaje es la herramienta que tenemos para definirlo y así definirnos. No podría explicarlo mejor.

J.R.: ¿Hasta qué punto cree un poeta en la verdad? Estos versos, ¿se han hecho para iluminar al lector, para revelar algo escondido, o crees que la poesía es más un proyecto de artesanía, de perfeccionamiento del uso del lenguaje? 

V.M.: En mi caso en ningún punto. La verdad, parafraseando un diálogo entre Darth Sidious y el joven Skywalker, es un punto de vista. En muchos casos es cierto. Lo que único que yo hago, lo único que puedo hacer, es aportar mi punto de vista: así es como yo lo veo, esto es lo que tengo que decir, pero sin ánimo de convencer a nadie de nada, ni de revelar nada oculto y mucho menos de iluminar a nadie, lo que sobran en este mundo son iluminadores y profetas. La poesía tiene mucho de artesanía, sin duda, a veces pienso que todo. Esa es la parte más dura del trabajo, la del artesano, la de pulir las palabras.

J.R.: ¿Cuánto hay de hogar en estos versos? ¿Los ves más como un comentario desde el destierro? ¿Andanzas de un vagabundo? ¿Testimonio del viajero que siempre se encuentra arraigado en su tierra, pero no para de buscar más allá del horizonte? 

V.M.: Hay algo exterior, eso es cierto, pero yo no lo llamaría destierro, la verdad es que nunca me he sentido desterrado, aunque haya vivido varios años en el extranjero. Siempre he estado, más o menos, donde quería estar. Tampoco me siento como un viajero que da testimonio de lo que ha visto porque sólo muy vagamente hay descripción en mis poemas, excepto quizás ¨Guaraníes¨. Es un tema complejo. Por una parte es evidente que más de la mitad de mis años universitarios (y ya van siete) los he pasado en diferentes países, y la sección central del libro se titula ¨Los poemas extranjeros¨, sin embargo no se trata de un tema geográfico sino interior. Y no creo que sea algo personal sino, creo, bastante habitual: hay una parte de nosotros que siempre se siente fuera de lugar.

J.R.: ¿Crees que el poeta debería darle al lector alguna pista, o que el lector tiene el deber de descubrir el camino para cruzar el paisaje que esculpe el poeta? ¿A quién pertenece el deber de acertar con la intuición? 

V.M.: No. El escritor hace lo que puede, en mi caso reflexionar sobre cuestiones que me preocupan o simplemente a las que no puedo dejar de dar vueltas, digo lo que tengo que decir, le doy una serie de papeles al editor y ya nos veremos en la próxima entrega. El lector, por su parte, cuando decide comprar un libro, especialmente un libro de poesía, no suele saber lo que se va a encontrar, y allá se las apañe, yo no tengo nada que decirle. Es cierto que cuando escribo pienso en un lector, soy consciente de que va a haber un lector, pero se trata de un lector hipotético y supuesto, falso en cualquier caso: no se corresponde con los seres reales e individuales que luego se enfrentaran al texto y que serán, con suerte, bastantes y diversos. Lo que quizás sea una pista para uno sea una traba para otros por lo que no tiene demasiado sentido proponerse cuestiones de este tipo y en mi caso, insisto, yo digo lo que tengo que decir, como puedo y con el vocabulario, las lecturas y la experiencia acumulada hasta el momento, mi trabajo terminó el día que entregué el texto a la imprenta, a partir de ahí lo que me gusta es escuchar el libro que ha creado cada lector particular, y que será distinto al que yo tengo en mi cabeza.

Joseph Robertson (Elizabeth, New Jersey, 1975) hizo sus estudios universitarios en filosofía y lengua española en Villanova University. Estudió un año en la Universitat de Barcelona, e hizo la maestría en Villanova, en letras hispanas. Es profesor adjunto en lengua española y humanidades, en Villanova. En 2001, fundó la empresa editorial Casavaria. Estrenó su primera colección editada de poemas, Breves penumbras, en febrero del 2004. Editó una edición de la primera parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, para el cuarto centenario (2005), y ahora es director editorial de la revista Café Sentido y de la red social y foro de investigación y teoría, The Hot Spring Network. Es fundador de la revista literaria bilingüe elindulnék.com. En Casavaria, ha editado una edición, en inglés, de Narrative of the Life of Frederick Douglass (2008). En febrero del 2009, estrenó su segunda colección de poesías, Otro posible desvío de lo esperado. En marzo del 2010, estrena su tercera colección de poesías en castellano, Jaguar y cascada, y está compilando escritos nuevos para su cuarta, Templo de ladrillo y azafrán. Ha traducido el libro Palabras, de Carlos Trujillo, al inglés (2010). Se puede acceder a todos sus proyectos y publicaciones desde la web Joseph-Robertson.com.

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