Inicio
¿Quiénes somos?
Contacto
Entregas
Calendario
Números
Librería

Daniel Carrillo
Vol. 2, No. 2, Invierno 2010-11 : Cuento

Último retorno

 

I

El amanecer de ese día fue brusco. Botas pesadas cruzaron rápido por el habitualmente mudo corazón del bosque, como escribiera el poeta, sobresaltando a los chucaos, que nerviosos volaron de un lado a otro, entre cantos que presagiaban una dolorosa tempestad.

A pesar del bullicio matutino, él apenas pudo despegar sus ojos legañosos.
Con mucho trabajo logró salir del tronco de lenga, ponerse de pie, estirarse un poco y, con sus manitos de niño, echar a un lado las matas de helecho para asomar un poco la cabeza y ver qué diablos estaba ocurriendo.

Pero ya todo era silencio de nuevo. No se sentía más movimiento y el único vestigio de que ese alboroto no había sido un sueño fue el reguero de huellas confusas, casi inverosímiles, que la desesperación había derramado en medio de la selva.

Siete u ocho años atrás había sido lo mismo, se recordaba muy bien, pensando que siempre era posible que ese paraíso se convirtiera inexplicablemente en un pequeño infierno.

Volvió a echar un vistazo a las pisadas y se dio cuenta de que justo en ese punto se habían dispersado, un grupo hacia el sur y otro al norte. Entremedio, uno de ellos había seguido solo, subiendo hacia la cordillera.

Lentamente el frío mañanero dio paso a unos débiles rayos de sol que entibiaron un poco el aire, algo así como una última y muy recatada caricia para los fugitivos, antes del gran aguacero que estaba escrito en el destino de esos días de finales de junio.

El duende se quedó parado ahí largo rato, contemplando las huellas. De vez en cuando volvía a inquietarse con el golpeteo frenético del carpintero negro, que le traía a la mente el recuerdo de una andanada de metralleta.


II

La noche y la lluvia iban entrando en el bosque cuando vino el segundo sobresalto, mucho más pavoroso que el de la mañana.

Para el duende fue casi como un terremoto y ni siquiera se atrevió a salir de su tronco. Esperó sin moverse y en completo silencio por casi media hora hasta que la caravana, que irrumpía como un machete en medio del oscuro verdor, se perdió de vista.

Ensimismada, la diminuta criatura se preguntó hasta qué número sabía contar, pero no dudó en afirmar que eran miles, miles de hombres los que habían pisoteado la floresta y las raíces salientes de los árboles, armas al hombro, siguiendo el paso de unos perros gigantes que por suerte no lo habían olfateado. Sólo uno de ellos se detuvo a olisquear una pizca de su brillante caca, pero ningún soldado le prestó atención, pensando quizás que se trataba de algún amarillento hongo silvestre.

También pasaron dos o tres helicópteros en vuelo rasante, cuyas aspas parecían ir amenazando con destrozar cualquier fortaleza de espíritu que los hombres que huían se esmeraran en conservar.

Terminada esa segunda embestida, el duende se durmió y no volvió a recordar el asunto hasta un día en que recogiendo semillas pilló un pie al fondo de un largo túnel subterráneo. Desparramadas alrededor encontró unas cuantas prendas húmedas y barrosas, restos de comida, vendas, un serrucho manchado de sangre, un fusil y municiones.

De todo eso sólo le llamó la atención esa gran extremidad cercenada, que podía equivaler fácilmente a tres pies suyos. La recogió con cuidado, ya que estaba bastante magullada y, sintiéndola aún tibia, la envolvió en un pañuelo y se la llevó hasta su tronco en medio de un fiero temporal, de esos que hacen que el agua caiga como un llanterío desde las barbas verdes y las sanguinarias.


III

Pasaron los días y la caravana de soldados regresó en medio de una marcha satisfecha y festiva, lo que le hizo suponer que habían capturado a los fugitivos o quizás ya los habían asesinado.

Pero él no quería ver ni saber nada. Se quedó muy quieto en su escondite, acariciando entre sus manos ese pie gangrenado que gracias a las insistentes friegas de hierbas ya estaba casi completamente sano.

Casi tan sano como cuando, en medio de una mañana esplendorosa, había pisado las tablas de un viejo café en Estocolmo, mientras alguien decía palabras que podían ser torpeza, locura o matadero.

¡Pronto volverás a andar!, repetía el duende, arrullando con fuerza ese pie sin dueño, convencido de que el único retorno posible y necesario es el regreso a la tierra, la vuelta aunque sea en espíritu para escuchar esos cantos de pájaro que sólo se oyen en medio del mudo corazón del bosque.

Daniel Carrillo (Valdivia, 1981). Periodista y escritor, coautor del libro de perfiles “Gente de Los Ríos” (2008) y de “Sueños que se vuelven música” (2009), sobre la Orquesta del Centro Integral Familia Niño (Cifan), para menores en situación de vulneración de sus derechos. Ha obtenido diversos premios literarios, entre ellos el primer lugar del Concurso Nacional de Poesía y Cuento Joven 2009 de la Universidad de Valparaíso, mención narrativa, y el Premio Conarte 2010, área Literatura, de la Corporación Cultural Municipal de Valdivia. En octubre publicará su primer libro de cuentos, “Manual de ambigüedades”.

Todos los textos y contenidos copyright © 2010, Naufragios o autores nombrados
Archivos de NAUFRAGIOS
Archivos de POESIA de Naufragios
Archivos de CUENTO de Naufragios
Archivos de ENSAYO de Naufragios
Archivos de ENTREVISTAS de Naufragios
Archivos de ARTE VISUAL de Naufragios
Archivos de VIDEOS del Grupo Pinzon 9