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Francisco Ruiz Udiel
Vol. 1, No. 2, Otoño 2009 : Poesía

DEJA LA PUERTA ABIERTA

A Claribel Alegría
Su Majestad

Deja la puerta abierta.
Que tus palabras entren
como un arco tejido por cipreses,
un poco más livianas
que la ineludible vida.
Lejos está el puerto
donde los barcos de ébano
reposan con tristeza.
Poco me importa llegar a ellos,
pues largo es el abrazo con la noche
y corta la esperanza con la tierra.
Donde quiera que vaya
el mar me arroja a cualquier parte,
otro amanecer donde la imaginación
ya no puede convertir el lodo
en vasijas para almacenar recuerdos.
Me canso de despertar,
la luz me hiere cuando ver no quiero.
El viaje a Ítaca nada me ofrece.
Si hubiera al menos un poco de vino
para embriagar los días que nos quedan
embriagar los días que nos quedan
que nos quedan.

 

UN HOMBRE SE CONFIESA EN LA CALLE CLAVEL

A Salvador Bustos

Un hombre se confiesa
una mañana con su ventilador,
sale a besar pequeñas piedras en su jardín
y distribuye su pequeña
herencia a los amigos.
Nadie sabe quién es este hombre.
En la calle Clavel
nadie habrá de recordarlo.

El mismo hombre
grita a una mujer
diciendo que está loca,
la mujer aduce que él está loco.
Él cree que el pasado es la única prueba
de que el tiempo está hecho, agotado,
que nada vale
y da asco
dedicarse a la poesía.
Entonces saca una moneda,
la envuelve en un pañuelo
y la tira al aire pensando:
todo poema es siempre una despedida,
algo que urge desechar
para que otros lo tomen.

En la calle Clavel, un hombre,
el mismo hombre,
recuerda cuando hundía una oreja en el mar
y un canto de ballena
se ahogaba en la superficie,
mudo, como un plano de Ingmar
sobre el horizonte.

En la calle Clavel
un hombre muere de hambre,
pero antes, escribe una lista
de compras para el supermercado
y se lleva el trozo de papel
a la boca.

 

LA ESTATUA Y LA ARENA

A Sergio Ramírez

Cansado de caminar por el desierto, un niño preguntó a su padre de dónde sale la arena.
—De las estatuas — respondió su padre.
—¿De las estatuas? ¿Cómo?
—Cuando éstas mueren se vuelven arena. Luego el viento carga con su peso.
—¡Quiero ser estatua! ¡Quiero ser estatua!
—¿Y por qué mejor no ser viento? — preguntó el padre.
—Porque no habría quien cargara con mi peso.

Entonces, el padre hundió las manos en el desierto y empezó a escarbar y a escarbar hasta encontrar un hueco en la arena: al otro lado aguardaba el viento.

 

HABRÍA QUE SEMBRAR GIRASOLES

A Vincent Van Gogh

Habría que sembrar girasoles
a lo largo del camino,
sembrarlos en la tierra,
en la ciénaga, en el barro,
plantarlos bajo el odio,
como se planta el fuego.

Habría que sembrar girasoles
aunque la tarde prosiga
con su rumor de polvo.
La caverna está en el centro,
y tras los días, los girasoles
subvierten al desprecio,
pero habría que sembrar girasoles, digo,
—no por insistencia—
sembrar girasoles con afán
de prolongar partidas,
regarles la noche con ajenjo,
cubrir de arena la sorda vida.

Habría que sembrar girasoles de pesadumbre,
de tallos largos que sostengan
la gravedad del hombre,
sembrarlos a lo largo del camino,
plantarlos en los techos de las casas,
en todas partes, con su luminosa forma.

Si hacemos esto,
de aquí a veinte años,
aprenderemos a dar abrazos a las piedras
antes de arrojarlas al Sol.

 

GESTO DESVANECIDO EN LA ESQUINA
DE UNA ESTACIÓN

Esta estación no será más una estación,
quedará únicamente mi gesto desvanecido
en el polvo de alguna ventana,
si acaso hay ventanas,
si acaso decido en las estaciones
desamparar algún gesto.

Esperaré junto a las cabinas telefónicas
a que las horas se desvanezcan azules
en mi cigarrillo encendido
de mirada triste e inclinada,
me verán apretar la mandíbula
para masticar, como las aves
que emigran de una tierra a otra,
cualquier bocado de aire
sin saber qué les espera.

El aire se ha vuelto amargo
y aún no sé en qué otras estaciones
abordará mi soledad otro cuerpo.

 

CADA CUATRO AÑOS NACE UNA POETA
SUICIDA

A Sexton, Plath y Pizarnik
Nacidas en 1928, 1932 y 1936

Cada cuatro años la muerte
abre la llave del gas de una cocina,
se fuma un cigarrillo en el sofá y espera.

Otras veces enciende el motor de un automóvil
dentro del garaje
y canta Chair in the Sky,
un poco de jazz no despertará
a las muñecas recién maquilladas, piensa.

Cada cuatro años la muerte toma
anfetaminas para adelgazar,
pero se le pasa un poco la mano
y ya no despierta.

No se pone triste ni alegre ni neurótica, no.
pero cada cuatro años
la muerte amanece lúgubre
y observa la tarde roja
desde una ventana.
Alguien trata de invocarme, dice,
y cierra amargamente los ojos.

A mí me da pesar, no sé,
es como si ella quisiera decirnos
o contarnos algo desde su delgado rostro blanco,
como si estuviera cansada de estrangular mujeres.
Yo la conozco muy poco,
pero me consta que aborrece su funéreo oficio.
Últimamente la han visto respirar
cierto aire suicida.

Cada cuatro años a la muerte
se le irritan los ojos,
sabemos que ha llorado, lo sabemos,
pero callamos,
sabemos también que busca algún vientre
y como ella no tiene el privilegio de la carne materna
aferra entonces sus fríos y delgados dedos
en el primer ombligo que encuentra.

Por eso cada cuatro años algunas niñas
ya vienen muertas.

 

ALGUIEN MUERDE EN MI VOZ

Cuando la vi
abandonada en las cañerías,
mirando de un lado a otro
con demencia de búhos,
con tetillas escurridas de traiciones
y con piernas enterradas en el fango,
supe entonces que buscaba
ensayar su hambre en mí,
alimentarse de cualquier
trozo viviente que no estuviera
infestado de rabia.

Puso en los míos sus ojos,
intentó ladrar,
no pudo,
entonces mi boca se quedó asestada,
ahogando el denso aire que respiran los ciegos
en el vacío.

 

POEMA PARA QUEDAR INMUNE

Llevo una reja en mis dedos
una prisión de viento que te habla
tócame y seré libre.
Llevo dos ojos que se abren
grandes en la noche
y un abismo que separa
a mi cuerpo
de otro cuerpo.

Cuatro millones de años
me encerraron
cuenco aire en un costado
y me devuelve al suelo
incluso la libertad aterra
en el último instante.

No me reconozco
en una madrugada de traidores
en una hoja oxidada
por el olor de mis muertos
ni en la fría corteza
de los árboles que esperan
será que ya me acostumbré
a que me entierren en los ojos
una amarga tarde
y dos agujeros de cielo.

¿Qué más puede herirme?

Francisco Ruiz Udiel (Estelí, Nicaragua, 1977). En el 2005 obtuvo el Primer Premio Internacional Ernesto Cardenal de Poesía Joven. Ha publicado el poemario Alguien me ve llorar en un sueño y Retrato de poeta con joven errante, antología de su generación con prólogo de Gioconda Belli.

Su poesía ha sido elogiada por poetas y escritores como Claribel Alegría, Jorge Boccanera, Waldo Leyva y Sergio Ramírez. Según el crítico francés Norbert-Bertrand Barbe, “de todos los nuevos poetas de Nicaragua, Udiel es sin duda uno de los que tiene mayor voz propia”.

En junio del 2005 fue invitado por Casa de América de Madrid, España, a participar en el V Festival "La poesía tiene la palabra". Ha participado también en festivales poéticos de Francia, Colombia, Cuba, Brasil, México, Panamá y países de Centroamérica. Su poesía ha sido traducida al sueco, al francés, al portugués y al inglés. Actualmente trabaja en el prestigioso Centro Nicaragüense de Escritores, es periodista colaborar de la sección Variedades de El Nuevo Diario y también es redactor de la reputada revista cultural centroamericana www.caratula.net, dirigida por el novelista y cuentista Sergio Ramírez. Su blog se encuentra en: RuizUdiel.blogspot.com.

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