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Carolina Yancovic
Vol. 1, No. 1, Primavera 2009 : Cuento

Kreeh háaten
(La luna está furiosa)

15 de febrero 1891

Estimada Señora:

No puedo explicar el medio de nuestro transporte, pero sí que llegamos a la estancia mientras dormíamos. A la noche siguiente, se dispuso que comenzáramos la cacería de inmediato. Unos caballos estarían a nuestro servicio. No se nos entregaron armas. Se nos dijo que con nuestras habilidades seria más que suficiente, que nuestras presas eran débiles y que por lo tanto no podrían defenderse de nuestro ataque.

Tuvimos que cabalgar durante mucho tiempo en la oscuridad de la pampa. Mi acompañante no articuló palabra alguna durante el trayecto. Su silencio era perturbador. En todo momento tuve cuidado de cabalgar a una distancia prudente. Había algo en su actitud que me causaba intranquilidad. Hubiera deseado, mi señora, haber tenido más detalles sobre quien viajaría conmigo. De haber sido así, créame que hubiera declinado este viaje a tierras tan desoladas.

Escuché decir a los baqueanos que nos acompañaban, que la sangre del indio Selknam era bien pagada en los mercados de nuestra especie, que si actuábamos de acuerdo al plan tendríamos un gran banquete.

Ya habíamos atravesado la pampa y nos internábamos en los grandes bosques de Tierra del Fuego, entre inmensas lengas que se movían lentas como grandes brazos tratando de alcanzarnos. De sus largas ramas se escuchaban quejidos angustiantes que me hacían recordar el motivo de nuestra travesía.

Vestido de negro, mi compañero miraba tras su capucha el brillo de los cuchillos de nuestros guías, como acechando una vulnerabilidad propia de los seres humanos. Ellos trataron de no descuidarse en ningún momento de sus armas, las únicas que los protegerían de un destino inevitable.

Nadie acecha a Lepras mientras cabalga, nadie lleva cuchillos cuando la luz del sol ya no puede protegerlos, no si Lepras va con ellos. A Lepras nadie le enseña el camino–escuché repentinamente. Lepras bajó furibundo del caballo tomando a los baqueanos de sus ropas, triturando sus cuellos y tomando la sangre que se derramaba de estos. Al beber, sus ojos resplandecían de placer y éxtasis. Desde el lugar donde estaba, me pareció que Lepras se engrandecía mientras acababa con los cuerpos inertes de sus víctimas. Los caballos huyeron relinchando de terror.

Lepras está mucho más cómodo. Ahora tiene fuerzas para hacer su trabajo-dijo sonriente. Sus ojos brillaban cual puma con su presa ya diezmada.

Debo admitir que he vivido momentos de terror junto a este individuo. Él encarna los miedos más profundos de la niñez. Usualmente, no puedo conciliar el sueño si sé que está en la misma habitación. Mi corazón no ha tenido descanso desde que salimos de Punta Arenas. Sé que nuestro origen es similar, pero creo que en cualquier momento alzará sus garras en mi contra. Sus modales salvajes hacen que todos los que nos rodean nos teman. Parece criado por hombres lobos. Posee largas, gruesas y puntiagudas uñas que suele enterrar en nuestros caballos. Sus manos, cubiertas de vendas sucias no hacen más que oscurecer el retrato de este hombre sin rostro.

Caminando siempre al Oeste, nos internamos en un gran bosque. Luego de muchas horas, mi compañero y yo encontramos una choza y unos metros más allá, otras un poco más pequeñas.

Frente a nosotros, una puerta y un fuego en el interior nos hicieron evidente las tempranas sospechas de los baqueanos. Los Selknam celebraban el hain. Un grupo de hombres dentro de la vivienda danzaba con sus cuerpos completamente pintados, algunos de negro y blanco, otros con largas rayas gruesas que les cruzaban el cuerpo. Todos vestían diferente. Unos con grandes máscaras que cubrían sus rostros, a otros los trajes les cubrían el cuerpo por completo. Un ambiente de divinidad impregnaba el lugar. Aquellos hombres se desplazaban dibujando círculos con sus cuerpos como poseídos por espíritus terrenales pronunciado canticos que asombrarían a cualquier ser civilizado. Lepras pareció maravillarse con semejante espectáculo, cosa que consideré extraña en una criatura como él. La imagen que tengo cambia constantemente como si Lepras mostrara ciertos rasgos de civilización, como si de verdad perteneciera a nosotros. El contemplaba agitado, con los ojos muy abiertos, como si tuviera miedo de perder algún detalle de la escena.

—Les daré unos momentos a estas bestias antes de atacar— dijo con irónica ansiedad.

Al cabo de algunos minutos, Lepras se aproximó a la choza entrando sin que los hombres se percataran. No me atreví a seguirlo porque conociendo la naturaleza de Lepras, terminaría siendo una víctima más entre las brazas del fuego.

Lo que siguió fueron escenas de lucha desesperada por conservar y proteger la propia vida. Atrás quedó la ceremonia de ascensión juvenil, los canticos y bailes. No hubo tiempo de salvar al hermano ni al hijo, sólo de correr asustados sin rumbo a un destino ya trazado por su propia sangre. ¿Quién es este espíritu? se preguntaban angustiados. Unos gritaban desesperados “kreeh háaten” la luna está furiosa. Otros decían: ¡Xalpen está aquí! Hemos logrado enfurecerla, corran hermanos míos, corran a salvar a las mujeres.

Xalpen, ¿Quién es ese espíritu? ¿Es sino la representación más profunda del miedo? ¿Quién es ella?

Me quedé afuera viendo como los hombres eran muertos. Uno a uno cesaban los gritos de una etnia condenada al olvido, mientras la figura de Lepras se fundía en el fuego celebrando a la gran luna llena que sonreía roja de ira en el firmamento.

Rainer.

Carolina Yancovic nació en Punta Arenas, Chile. Se tituló de pedagogía en Ingles de la Universidad de Magallanes en el año 2006. Actualmente, es alumna del programa de estudios graduados de Villanova University. En el año 2005 ganó la beca de escritor novel del Consejo del libro y la lectura por su novela Tras esos muros que fue publicada en Agosto del mismo año. Sus textos han sido publicados en diversos sitios Web. Ha participado de diversos congresos literarios organizados por la asociación Patagonia Escrita.

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