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Franklin Guzmán-Zamora
Vol. 1, No. 1, Primavera 2009 : Ensayo

La vida y la muerte en El río y El viaje de Javier Heraud

Javier Heraud (1942-1963), fue uno de los poetas peruanos más importantes de la Generación del 60 en Perú. A la edad de dieciocho años, publica su primer poemario El río (1960) que obtuvo destacados comentarios de críticos como José Miguel Oviedo, quien considera que El río “permite comprobar lo sorprendentemente maduro que [Javier Heraud] es. Heraud merece atención porque sabe bien lo que está haciendo, porque con ideas claras sobre la poesía, se propone con ella algo definido y original” (ctdo. en Heraud 80). A principios de 1961, Heraud recibe el primer premio de “El poeta joven del Perú” por su poemario El viaje (1961), premio que comparte con el poeta César Calvo. Póstumamente, obtuvo el primer premio de poesía en los “Juegos Florales de San Marcos” con Estación reunida (1963). Heraud también escribió otros poemarios que fueron publicados póstumamente en Poesía completa de Javier Heraud, ahí se encuentran, además de los mencionados, Poemas a la tierra (1961), Viajes imaginarios (1961), Ensayo a dos voces en colaboración con César Calvo (1961), Poemas reunidos, que son un conjunto de poemas dispersos y recuperados (1957-1962), y Poemas de Rodrigo Machado (1962-1963).

El presente trabajo se centra en los poemarios El río y El viaje y analiza su utilización del símbolo del agua para configurar la visión de la vida y la muerte en la obra de Heraud. Para Heraud, los elementos que constituyen tanto la vida como la muerte son comparables al agua. El río, imagen primigenia de su poesía, constituye la principal forma que el agua toma en la vida, que también puede ser lluvia. La muerte se relaciona al agua como mar y océano. En la poesía de Heraud, la vida y la muerte, que aparentan ser opuestas y excluyentes, están íntimamente relacionadas por estar compuestas del mismo elemento hídrico.

En uno de los primeros poemas de Heraud, “Melancolía” (1957), ya se utiliza el agua en la forma de lluvia (“Llueve sobre mí…/con gota gruesa de verano”), que evoca la tristeza de aquello que la voz poética no quiere recordar (“Ya no sólo cae agua. Caen también/ recuerdos. Recuerdos y recuerdos/ ¡de cosas que no quisiera recordar!”). La voz poética expresa nostalgia al verse envuelta por una “lluvia de verano”, cuyas gotas se precipitan como recuerdos que evocan una profunda y desesperante sensación de tristeza. La lluvia adquiere formas distintas según la temporada. Es garúa “tenue, fina y llena de alegría” en el invierno. En el verano, “gota gruesa de melancolía” enviada por el “cielo,” presentada como una entidad con voluntad propia “El cielo quiere llenarme de nostalgia/ hoy día. Si no… ¿por qué me manda/ esta lluvia de verano?” (Heraud, Poesía completa 161).

Por otro lado, la “muerte” como metáfora y realidad que marca la vida humana también está presente como configuradora del ser humano en uno de los primeros poemas de Heraud, “Poema” (1958). En “Poema”, el ser humano está en una constante búsqueda de la humanidad que lo caracteriza. Sin embargo, el ser humano no es capaz de reconocer su humanidad (“Y eran hombres./ Sólo que no se daban cuenta”). Al finalizar la vida, el descubrimiento de la humanidad del ser humano se hace patente (“Quisieron morir como los hombres./ Han muerto./ Ahora sí que saben qué hombres eran/ Son hombres”) (Heraud, Poesía completa 172). La tragedia para la voz poética no reside en el hecho de morir, sino en descubrir su humanidad en su mortalidad. En verdad, lo que se observa no es miedo a la muerte sino preocupación por la ignorancia de la propia humanidad durante la vida.

Los dos poemas analizados en los párrafos anteriores son poemas de adolescencia, escritos por Heraud cuando tenía 15 y 16 años. Originalmente, no formaban parte de un cuerpo poético específico y sólo fueron publicados póstumamente.

El poemario El río (1960), por su parte, se puede considerar el inicio de la etapa de madurez poética de Heraud. El río está compuesto por trece poemas escritos en verso libre y se inicia con un epígrafe del poeta español Antonio Machado, “la vida baja como un ancho río”. En este verso, que pertenece al poema “¿Empeñé tu memoria? ¡Cuántas veces!”, Machado percibe la vida como un río en descenso hacia el mar que lleva navíos, objetos arrastrados por tormentas y la memoria de la persona amada. Como el poeta español, el peruano toma el río como metáfora principal del poemario, para reflexionar sobre su propio ser, la vida, la muerte, la unidad y la eternidad.

Al emplear la metáfora del río, Heraud se inscribe en una tradición poética ya existente. Para los españoles Jorge Manrique en Coplas a la muerte de su padre (siglo XV) y Antonio Machado en “¿Empeñé tu memoria?” (siglo XX), el río es el transcurrir de la vida. Para el poeta francés Arthur Rimbaud en el “Barco ebrio” (siglo XIX), el río es el espacio natural donde el poeta (barco) se desliza al mar que es la poesía (Castillo 58). El poemario El río de Heraud comienza con la afirmación “Yo soy un río”. A diferencia de los anteriores, el joven poeta peruano no sólo sugiere una identificación con el río como símbolo de la vida o camino de la poesía, sino que en El río, la voz poética es el propio río y también la poesía.

En la filosofía pre-socrática (filosofía de la naturaleza), Heráclito sostiene que el río fluye y cambia sin dejar de ser el mismo, pues el cauce del río permanece y guía el agua. Heráclito entiende el cauce como lo que rige el flujo del río y ordena el universo donde todo se une. En los poemas “1” al “9” de Heraud, el poeta es el río, “Yo soy un río/ Yo soy el río”. El río de Heraud fluye y cambia sin dejar de ser el mismo, “Yo soy el río que viaja” (poema “6”), “Yo soy el río que canta” (poema “7”), “Yo soy el río anochecido” (poema “8”). A lo largo de su recorrido, el río de Heraud refleja los cambios de estado del poeta en distintos momentos, y en el poema “3” la voz poética comunica dichos cambios mediante la repetición del adverbio de tiempo “a veces”.

A veces soy tierno y bondadoso. Me
deslizo suavemente por los valles fértiles
doy de beber miles de veces
al ganado, a la gente dócil
[…]
Pero a veces soy
bravo
y
fuerte,
pero a veces
no respeto ni a
la vida ni a la
muerte.
Bajo por las
atropelladas cascadas,
bajo con furia y con
rencor (Heraud, Poesía completa 23-24)

El río fluye a través del espacio geográfico rural y urbano dentro de la dimensión temporal. Los cambios del río se producen dentro de las dos dimensiones, la espacial (“por los valles fértiles”) y la temporal (“a veces”). Los cambios de temperamento se reflejan en el movimiento del río. La ternura y la bondad se asocian a un fluir suave que da vida porque hace fértiles los valles y da de beber a los seres vivos. La bravura y la fortaleza se marcan mediante un fluir atropellado y violento que produce muerte porque el río se desborda e inunda los campos.

El “yo” del poema se identifica con el acto de viajar (fluir) en el poema “6”.

Yo soy el río que viaja en las riberas,
árbol o piedra seca
yo soy el río que viaja en las orillas,
puerta o corazón abierto
yo soy el río que viaja por los pastos,
flor o rosa cortada
yo soy el río que viaja por las calles,
tierra o cielo mojado
yo soy el río que viaja por los montes,
roca o sal quemada
yo soy el río que viaja por las casas,
mesa o silla colgada
yo soy el río que viaja dentro de los hombres
árbol fruta
rosa piedra
mesa corazón
corazón y puerta
retornados. (Heraud, Poesía completa 26)

Es evidente que el viaje del río tiene dos dimensiones, una externa y espacial, y otra interna y temporal. El viaje externo se realiza a través de espacios naturales (riberas, orillas, pastos, montes) y espacios transformados por el ser humano (calles, casas, mesa, sillas, puerta). El viaje interno acontece “dentro de los hombres”, es el viaje de la memoria que permite el recuerdo de objetos (“retornados”) que fueron parte de la vida.
Los poemas “7” y “8” mencionan las etapas del día como analogía de las etapas de la vida “Yo soy el río que canta/ al mediodía”, “Yo soy el río anochecido” (Heraud, Obras completas 26-27). Esta analogía recuerda el poemario Cien sonetos de amor (1959) del chileno Pablo Neruda, quien utiliza el día y sus etapas como la metáfora para describir la trayectoria de su relación amorosa con Matilde Urrutia hasta el final, con la llegada de la muerte. De hecho, Heraud escribió una “Oda a Pablo Neruda” en 1958.

En el poema “8”, el río viaja por “ignotos pueblos”, ciudades “atestadas de público en las vitrinas” y el campo. Los comercios de la ciudad llenos de gente se ven como algo negativo y hacen referencia al consumismo. En contraste, los árboles “cubiertos de palomas” cantan en las praderas. El canto, que es la vida, unifica los elementos de la naturaleza. El río canta con los árboles y “los árboles cantan” con el corazón del río, que es como un “corazón de pájaro”.

Al final del viaje, el río se une con el océano donde todo confluye y los opuestos se unen. En el poema “9”, la voz poética demuestra una conciencia sobre el tiempo finito de su existencia que se marca con el uso del futuro, “llegará la hora”, “tendré que silenciar”, “tendré que acallar”.

Llegará la hora
en que tendré que
desembocar en los
océanos,
que mezclar mis
aguas limpias con sus
aguas turbias,
que tendré que
silenciar mi canto
luminoso,
que tendré que acallar
mis gritos furiosos al
alba de todos los días,
que clarear mis ojos
con el mar. (Heraud, Poesía completa 27-28)

El viaje del río dentro de su cauce termina al desembocar en el océano, lo que conlleva una fusión de contrarios. Las “aguas limpias” se mezclan con las “aguas turbias”, el canto se hace silencio, la furia se acalla. La vida del río se relaciona con actos sonoros (cantar, gritar), mientras que en la muerte predominan el silencio y la calma. La luz del mar hace “clarear” los “ojos” del poeta-río quien ya no puede ver (recordar) lo visto en su viaje (“El día llegará,/ y en los mares inmensos/ no veré más mis campos”). Los elementos campestres, los árboles, el viento, el cielo, el lago, el sol y las nubes desaparecen (“ni veré nada”). Solamente queda el “cielo azul,/ inmenso” y “una llanura de agua”.

Pareciera que la falta de visión al final del viaje del poeta-río implica que todo se termina al llegar al océano. No obstante, la voz poética da un giro inesperado al final del viaje. La disolución en la “llanura de agua” marca el término de la identidad individual que separaba al poeta-río de su unidad con los otros elementos del mundo que conoció durante su viaje-vida.

todo se disolverá en
una llanura de agua,
en donde un canto o un poema más
sólo serán ríos pequeños que bajan,
ríos caudalosos que bajan a juntarse
en mis nuevas aguas luminosas,
en mis nuevas
aguas
apagadas. (Heraud, Poesía completa 28)

Los otros ríos (cantos o poemas) siguen la misma ruta y también se reúnen finalmente en la unidad del océano. El poeta-río adquiere una nueva identidad “mis nuevas aguas” en la cual se unen todos los otros ríos. Por lo tanto, la llegada al mar no es el final de la existencia, sino que ese nuevo estado oceánico es la continuidad de la vida, en que las vidas-poesías se volverán una sola en y con el poeta-océano. La unificación de todo lo existente (material e inmaterial) es el fin y el inicio de una nueva vida. La luz y la oscuridad de las “nuevas aguas” son ejemplos de esta unidad complementaria de todo. En el poeta-océano todo puede unificarse.

La influencia de Neruda, para quien la muerte no es el fin de la vida sino un cambio a un nuevo estado del ser, está presente en El río. Para Heraud también la muerte es un nuevo estadio de unidad. En su “Oda a Pablo Neruda”, Heraud presenta la muerte como el final de una identidad independiente, “El tiempo borrará/ la identidad que te/ separa,” y el comienzo de una nueva unidad, “y serás un solo ser final” (Heraud, Poesía completa 171).

En el poemario El viaje (1961), la metáfora del río como vida se sustituye por la idea de la vida como viaje. En el poema “3” de El viaje, la vida es un camino y acaba en el mar “Si he nacido/ es porque he de acabar/ con mis huesos/ en el mar”. El mar aparece como entidad actuante en el mundo: “lava”, “cubre” y “llena”. Si en el poemario El río el agua del río es limpia y la del océano es turbia, en El viaje el agua del mar limpia “todo” a la vez que cubre el mundo natural de “hierbas” y “pastos”. Cuando el cuerpo llega al mar, el corazón se llena “de sal y de tinieblas”. El corazón, que simboliza la vida, es cubierto por la oscuridad de las “tinieblas,” que pueden indicar una oscuridad exterior, que impide la visión, o una oscuridad interior que dificulta el recuerdo (Heraud, Poesía completa 48).

El poema “6” de El viaje se enfoca en el caminar del poeta por pueblos y campos. En lugar de un río que fluye, la acción se centra en el caminar de la persona que narra (“Yo caminaba y/ caminaba”). La voz poética se aleja de las reflexiones abstractas de El río y se refiere a experiencias cotidianas y concretas de su vida.

Y seguía caminando,
pensaba en el pan
caliente de la casa,
saboreando el arroz
preparado por mi madre,
sintiendo a mi
cama
con
sus
sábanas
felices. (Heraud, Poesía completa 51)

En el poema “7” de El viaje, el río y su canto dejan de ser uno con el poeta y asumen la función de acompañante “El canto de los/ ríos/acompaña a mis/ pies/ de tibio caminante”. El camino como metáfora de la vida se recalca, “Pero uno está siempre/ compuesto/ de un trozo de muerte/ y de camino”. El ser humano es una dualidad, como se ha visto en “Poema”, uno de los primeros poemas que escribió, en el cual la muerte marca la identidad del ser, que es vida y muerte a la vez.

En el poema “9”, la incertidumbre sobre la existencia se cierne sobre la voz poética. El contacto con el agua en su cabeza genera la duda. Si en el poema El río el agua conduce a una afirmación desde el primer momento, “Yo soy un río”, en éste el recuerdo del reflejo en el mar genera una inseguridad sobre lo que se es o no es, sobre la realidad vivida.

hundí mis brazos
en sus aguas,
conversaba
refrescando
la cabeza.
Y me vi de nuevo
reflejado en
el mar y aquí dudé
de nuevo. (Heraud, Poesía completa 52)

La seguridad de estar vivo o muerto se pierde. La muerte en vida es una posibilidad que la voz poética se plantea, “no sé si soy tan sólo/ un muerto que golpea/ su cajón de asfixiado” (Heraud, Poesía completa 53). En esta nueva etapa de su poesía, la vida y la muerte dejan de ser río, mar u océano y se vuelven confusas.

En ocasiones, la vida aparece retrospectivamente como algo que se ha perdido, “no sé si en un pedazo/ de té pudiese recordar/ toda una vida perdida”. La única seguridad es la de la ausencia durante el acto de dormir “pero sé que he estado/dormido”. El dormir remite al mundo onírico. Una nueva duda está presente, la duda acerca de la incertidumbre del tiempo soñado y olvidado, y el tiempo vivido, imaginado como posible y el real, “un año es un siglo/ cuando es un año/ de sueños y de olvidos”. Esta duda provoca malestar en el poema “10”, al no encontrar compatibles ni comprensibles estos tiempos, “nunca sabré si he/ descansado,/ saber no es suficiente” (Heraud, Poesía completa 53). La afirmación que incluso el conocimiento es incapaz de atenuar la duda sobre la certeza de la existencia como sueño o como realidad vivida, amplifica la angustia presente en la voz poética. No es posible discernir el lugar del poeta en relación al “descanso” y el “perenne viaje/ hacia la vida”.

Pero el viaje
del descanso,
o el viaje sin descanso,
o el viaje y el descanso,
todo es un alivio para
mis ojos muertos. (Heraud, Poesía completa 54)

La repetición de la conjunción “o” denota la indecisión y el desconocimiento de cuáles son las características del viaje que la voz poética realiza. En “el viaje/ del descanso”, los sueños y la muerte son parte del viaje. En el “viaje sin descanso”, la certeza de estar vivo o despierto surge al saber que no se duerme o no se está muerto. En “el viaje y el descanso” denota que su ser puede compartir la vida y la muerte, estar despierto y estar dormido. Cualquiera de las posibilidades es un “alivio” para el poeta, cuyos “ojos muertos” no pueden distinguir entre las alternativas posibles de su existencia.
Frente a la certeza de la muerte, el poeta parece aceptar la duda de su existencia compuesta de sueños y realidades vividas al final del poema “10”.

sin un nuevo y largo
sueño,
podré construir
nuevas palabras,
tal vez sonreiré
con cara alegre,
alguna vez saludaré
a la vida,
y esperaré
a la muerte alegremente,
con mi seco corazón. (Heraud, Poesía completa 54)

La construcción de “nuevas palabras” sólo es posible fuera de los sueños. La posibilidad futura de vivir la vida y esperar la muerte “alegremente” se matiza con expresiones de duda como “tal vez”, “alguna vez”. La sequía del corazón en el verso final indica la falta de agua, símbolo del ciclo de la vida que se ha extraviado entre el mundo de los sueños y el de la vida como viaje hacia la muerte.

Los poemarios El río y El viaje, exploran la vida y la muerte, temas que preocupan a Heraud desde el inicio de su escritura poética. En ambos poemarios, la vida se asocia con el movimiento, simbolizado en los viajes por el cauce de un río o por un camino. La voz poética se ubica en distintos lugares en su relación al movimiento del viaje. En El río, el poeta y el río son una misma entidad que realiza la acción de viajar. En El viaje, se hace una diferenciación entre el poeta y el camino, que son entidades separadas. El poeta recorre el camino que es la vida, pero él no es el camino. Las posibilidades de contacto con la realidad son palpables en ambos poemarios. En el primero, la experiencia de la vida equivale a conocer el fluir del río por el mundo hacia el océano. El río se identifica como parte constitutiva de los elementos de la naturaleza. En el segundo poemario, el poeta tiene forma humana (pies, brazos, cabeza), acercándolo más a experiencias humanas mediante recuerdos de la vida cotidiana. Sin embargo, a pesar de la cercanía con los objetos y los seres humanos, no es parte de ellos.

La muerte conduce al agua (al océano y al mar) en El río y El viaje. El poeta propone la muerte como una disolución en el elemento acuático que implica, como en Neruda, una unidad con la naturaleza. Hacerse uno con la naturaleza es ser uno con el universo. En El viaje, Heraud presta atención a una antigua problemática relacionada con la vida y la muerte, la incertidumbre sobre la realidad del vivir. Asimismo, plantea la incertidumbre sobre la realidad del caminar, incertidumbre que surge de la confusión del tiempo vivido y el tiempo soñado. La voz poética se percibe como ausente del mundo, la vida se vuelve un sueño similar a la muerte. La ausencia durante el sueño es como un ensimismamiento del poeta que lo aleja del mundo real y cotidiano.

En ambos poemarios la vida se asocia con el movimiento y se construye a partir de la rememoración del viaje recorrido. La vida se asocia al recuerdo, que constituye una certeza en El río y genera duda en El viaje. El acto de pensar sobre la vida reconstruye los viajes. En El río, la imposibilidad de recordar tras la muerte es lo que permite la unión con todos los seres al llegar al océano. Al contrario, en El viaje, el olvido generado por la muerte crea angustia en el poeta porque pierde la capacidad de discernir si su camino ha sido real o soñado.

 

Bibliografía

Castillo, Daniel del. “La poesía de Javier Heraud dentro de la tradición”. Aproximación a la literatura peruana. Ed. Ricardo Huamán.

Heraud, Javier. Poesía completa de Javier Heraud. Lima: Peisa, 1989.

---. Viajes imaginarios. Ed. Edgar O’Hara. Lima: Mesa Redonda, 2008.

Heraud Pérez, Cecilia. Vida y muerte de Javier Heraud: recuerdos, testimonios y documentos. Lima: Mosca Azul Editores, 1989.

Neruda, Pablo. Cien sonetos de amor. Barcelona: Planeta, 1989. Piura: Universidad de Piura, 2006.

 

Franklin Guzmán Zamora es un peruano egresado de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya y la Universidad San Antonio Abad del Cusco. El título de su tesis de bachillerato fue “Del discurso a la práctica: la participación estudiantil en la escuela secundaria rural andina” (2007). Actualmente realiza estudios de maestría en Estudios Hispánicos en Villanova University. Sus intereses de investigación incluyen las problemáticas de la representación, los discursos de poder, la teoría postcolonial, los estudios culturales y los medios de comunicación.

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