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   Ibamos paseando por la orilla
solitaria del lago.
La tarde estaba hermosa;
el ígneo sol de mayo,
sonriendo se moría, 
una canción de luces supirando.
   Serenos nuestros ojos,
unidas nuestras manos,
vagábamos tranquilos,
dulcemente amándonos.
   Latía el parque, mudo;
se estasiaban las flores y los pájaros.
   De pronto «Di», me dijo,
«¿por qué el azul espacio,
por qué el cielo purísimo
se mancha, al reflejarse
en la verdina lóbrega del lago?»
   Miré su frente blanca,
y la besé en los ojos, sollozando.
   En la calma magnífica del parque
resonón el beso con un eco largo.
Un ruiseñor despierto
lanzó un dulce quejido desgarrado.

RECUERDOS
juan ramón jiménez