PORQUE SOMOS UNA NACIÓN DE INMIGRANTES
ESTADOS UNIDOS TIENE UNA DEUDA HISTÓRICA CON LA PERENNE POBLACIÓN DE NUEVOS INMIGRANTES, YA ES HORA DE RECONOCERLO
21 abril 2006 :: Joseph Robertson

La democracia de Estados Unidos obliga a que se tolere y se acepte la inmigración. Es una verdad irrefutable e irrefrenable que ha sido y sigue siendo una nación de inmigrantes, una nación imaginada, alcanzada y construida por inmigrantes. Es una sociedad fundada en el trabajo y gracias a los esfuerzos, a veces extraordinarios, los ideales y la paciencia de ola tras ola de inmigrantes de todo el mundo, en colaboración más o menos explícita con los habitantes ya oriundos del país.

La cultura desde hace tiempo celebra como fuente de virtud y de valor sociopolítico la idea de que el país invita sinceramente a toda la humanidad a venir, a saborear y fortalecer la libertad, a participar en el gran experimento de un sistema de gobierno "de, por y para el pueblo". Los políticos más conservadores del partido Republicano hablan de que su nación tiene que ser, según Jefferson, "la ciudad reluciente en la colina" y "faro de la libertad".

¿Acaso estos políticos no entienden que esas frases, esas metáforas simbolizan una atracción, una invitación? acaso no entiendan que el significado de tales proclamaciones es que cualquier persona necesitada tendría que econtrar alojamiento bajo un halo de luces tal?

Se cita con frecuencia la frase famosa inscrita en la base de la Estatua de la Libertad, en el poema "The New Colossus" de Emma Lazarus, "Give me your tired, your poor, / Your huddled masses yearning to breathe free, / The wretched refuse of your teeming shore; / Send these, the homeless, tempest-tost to me".

Es de por sí ofensivo que un país fundado y desarrollado por un proceso amplio y constante de inmigración intente "cerrar" sus fronteras a los extranjeros de hoy en día. Esta evidencia milita en contra de cualquier barrera permanente y/o militarmente fortificada o en contra de un intento comprensivo de ralentizar y/o erradicar la inmigración.

Y además, como meta, va totalmente en contra del supuesto ideal prevaleciente entre las democracias más ricas de un "mercado libre". El dinero, se tiene que suponer, puede viajar con toda la libertad imaginable, y los que lo dirigen, pero las personas no. Significa una planificación centralizada, método al que el partido que ahora controla el Congreso dice oponerse en todos los sentidos.

Y sobretodo, existe el problema fundamental de la decencia humana. Hay gente que trabaja todos los días y cuyo trabajo beneficia al mercado entero, facilitando la persistente expansión de la economía estadounidense. Pero como esta gente carece de los derechos más básicos, y teme, con razón, hasta presentarse en el hospital en momentos de urgencia, se puede decir que el mercado consume un rango de servicios que no compensa.

Y la propuesta ley de la Cámera de Representantes quiere criminalizar al acto de tener contacto con parientes sin documentación o de proporcionar cualquier ayuda humanitaria a cualquier inmigrante que no lleva encima la documentación legal adecuada.

Lo que más que nada tiene que preocupar al pueblo entero de Estados Unidos, en este asunto, es la desavergonzada hipocresía de los que proponen estas medidas. Todos han nacido de inmigrantes, o de los hijos o nietos de inmigrantes. La mayoría de aquellos inmigrantes no necesitaban ni tenían visados ni permisos previos para entrar en el país.

Se defendían contra hostilidades racistas y contra el hambre, la escasez, la depresión y la detención de miembros de sus comunidades durante la Segunda Guerra Mundial. Vivían muchas veces en comunidades aparte o en ghettos, porque no tenían otra opción y porque creían profundamente en su derecho de no perder los valores y las costumbres de sus raíces.

Ahora, esos hijos de inmigrantes, que han tenido todos los beneficios que puede ofrecer la sociedad democrática y abierta de Estados Unidos, proponen cerrar comprensivamente la frontera de ese país de inmigrantes. Quieren castigar a los que vienen ahora, sólo porque nacieron después o llegaron tarde, sólo porque vienen de otras comunidades étnicas.

Proclaman una histeria lingüística contra las comunidades asiáticas o hispanas, que llegan a Estados Unidos e intentan mantener sus idiomas y su cultura, aunque vayan con toda felicidad a cenar en restaurantes de la "Little Italy" de su ciudad o vivan toda su vida, algunos, en pueblos fundados por misioneros españoles, cuyo idioma ha sido siempre parte de la historia norteamericana.

Han hablado italiano en Nueva York durante tanto tiempo, que hasta se puede notar diferencias entre el italiano de Brooklyn y el de Manhattan, y hasta haber creado —o conservado— dialectos que hoy en día casi no se entienden en los pueblos antiguos de sus antepasados.

Y esta hipocresía —por definición y etimología, "falta de auto-crítica"— ha posibilitado la proposición de un estado totalitario policíaco, propuesto, se ha de decir, por el partido que se declara opuesto en todos los sentidos al gobierno expansivo. Digo "estado policíaco" por una cláusula importante de la propuesta ley HR 4437.

HR 4437 propone que el estar en el territorio de Estados Unidos sin la documentación legal adecuada será un crimen contra el estado, y una felonía. Eso significa que cualquier inmigrante sin documentación precisa y actualizada podría verse metido preso y privado de cualquier derecho civil del país, antes de ser deportado y sin permiso de volver jamás bajo ninguna circunstancia.

Esto de por sí es más que exagerado, porque no tiene nada que ver con la gravedad de una ofensa contra el pueblo; la documentación no garantiza que una persona no sea un criminal peligroso ni la falta de ella significa ninguna amenaza contra "la tranquilidad doméstica".

Pero hay que escrutinar con ojo muy duro la forma en que HR 4437 propone detener a estos "feloniosos". Propone potenciar a cualquier policía de todos los pueblos del país exigir en cualquier momento ver la documentación de cualquier "sospechoso" y de detener en el acto a cualquier persona que no tenga el permiso legal adecuado.

En fin, las propuestas histéricas y xenófobas de los autores del HR 4437 ponen en serio peligro el ideal fundamental de la libertad del individuo. Si alguien se acuerda de la Guerra Fría, de la cultura popular de los años 80, había sido bastante frecuente ver en películas, en televisión y hasta en los dibujos animados un policía que con acento vagamente alemán y autoritario o con uniforme soviético dice "Your papers, please."

La demanda policíaca por los papeles de inmigración o identidad ha tenido durante décadas en Estados Unidos una conexión instantánea y casi instintiva con el totalitarismo, específicamente sus formas fascistas o comunistas. En la película Casablanca, se oye precisamente esa frase, y es una manifestación del horror de la colaboración del gobierno Vichy con los nazis.

Exiliados cubanos te dirán que el documento de identidad que tienen que llevar bajo el régimen castrista es una libreta que lleva apuntes de las autoridades, para que cualquier agente del gobierno pueda saber si alguna vez ofendieras a uno de los suyos, o si estuvieras en un mitin prohibido, o si alguien promulgó una acusación contra ti, con evidencia o sin ella.

Estados Unidos se ha diferenciado de otros países poderosos porque en su auto-imaginación popular, se ha propuesto como país abierto, tolerante, que sabe adaptarse a las nuevas olas de inmigración y que tiene el dinamismo económico para hacerlo sin perder sus prosperidad ni verse en peligro.

Es un país que se ha construido a base de la obra manual y poco agradecida de los inmigrantes, y parece que ya, a inicios del siglo XXI, es hora de reconocerlo y de formular una política sostenible, justa, democrática y humana hacia los inmigrantes. Y más hacia esa población que ha vivido con los temores y las injusticias de un sistema paralelo que menosvalora sus derechos y su humanidad, pero que ha permanecido, trabajando, obedeciendo las leyes civiles, contribuyendo día tras día, año tras año, a la sociedad que acepta sus hijos pero ellos no.

Son momentos como éste en que una sociedad democrática se encara con su prueba más difícil de convicción democrática. El estado humanitario de sus partícipes más desprotegidos se enfrenta con la idea abstracta de una "seguridad" o cultural o física, y la sociedad tiene que elegir entre la democracia abierta o la fortaleza anti-humanitaria que prohibe hasta actos de decencia y socorro a los necesitados. [s]

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