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Víctor Peña Dacosta
Vol. 2, No. 2, Invierno 2010-11 : Ensayo

La posibilidad de hallazgo y el riesgo de extravío
en Ciudad del hombre: New York de José María Fonollosa

1-El hallazgo

No a la transmigración en otra especie.
No a la post vida, ni en cielo ni en infierno.
No a que me absorba cualquier divinidad.

No a un más allá, ni aun siendo el paraíso
reservado a islamitas, con beldades
que un libro garantiza siempre vírgenes.

Porque esos son los juegos para ingenuos
en que mi agnosticismo nunca apuesta.
Mi envite es al no ser. A lo seguro.

Rechazo otro existir, tras consumida
mi ración de este guiso indigerible.
Otra vez, no. Una vez ya es demasiado. (Fonollosa 2006: 19)

Estas 87 palabras repartidas en 12 versos son, en cierto modo, las últimas de José María Fonollosa, ya que fueron encontradas junto a un esbozo de testamento en su mesa de trabajo tras su muerte. Y resulta difícil evitar el tópico de considerar este hallazgo, además de como una curiosa nota al pie de sus últimas voluntades, como un epílogo oportuno para una obra ambiciosa, rencorosa e ignorada, escrita durante seis décadas a espaldas de todos y de cara a casi todo, pero siempre consciente de su unidad y, por tanto, sabedora de necesitar un final. Porque José María Fonollosa, que debutó literariamente en 1945 a los 22 años con La sombra de tu luz, permaneció después más de 35, desde 1955 hasta 1990, sin publicar nada, puliendo de manera casi obsesiva los 97 poemas que configurarían Ciudad del hombre: New York y que sólo se decidió a editar 13 meses antes de su muerte. Espero que sepan perdonarme el exceso de cifras, pero tratándose de José María Fonollosa la meticulosidad es importante. Por tanto, no es tampoco gratuita la elección del epígrafe Ciudad del hombre: New York para agrupar una serie de versos donde nos habla de “esa materia donde anida el dolor: el Universo” (Fonollosa 2001: 131) sin mencionar ni una sola vez el nombre de la ciudad (exceptuando el título del primer poema) y solo una vez el del continente al que pertenece. Y esto es lo que vamos a intentar justificar en aproximadamente 2600 palabras que, por supuesto incluyen cinco que son inexcusables: gracias anticipadas por su paciencia.

2-“Nada bueno hay en ti: por eso te amo”

Este verso constituye íntegramente el primer poema del libro, titulado Hello, New York (Ibid.: 19) y sirve para introducir la relación ambivalente que se va a mantener con la ciudad a lo largo de los 96 poemas siguientes. New York supone para Fonollosa el símbolo de fin del viaje (“el camino está lleno de ciudades cuyo nombre he perdido”, [Ibid.: 41]) pero no del punto de encuentro: el poeta está solo y no ha venido para quedarse sino que ha venido para matar y dejarse morir según las reglas de nuestra sociedad: dinero, éxito, sexo, violencia, envidia y odio. New York es, por tanto, elegida como ciudad del hombre por contener todo el horror que puede albergar el mundo. Sanz de Villanueva calificó con gran acierto a Onetti como “urbanista de la ciudad del mal”. Fonollosa será un simple paseante de la ciudad del crimen que recorre el tablero de forma anárquica y desganada pero enfurecida, con un incesante y enfebrecido monólogo interior, sin aparente orden pero con indudable cohesión. Escribe Pere Gimferrer en el prólogo del libro que “los textos pueden leerse o bien como fragmentos de un diario íntimo o bien como breves monólogos autónomos de múltiples personajes distintos, cada uno con su propia opción moral” (ibíd.: 13). Con el debido respeto, no estoy de acuerdo: no existe la elección moral porque el poeta y sus heterónimos están sometidos a las reglas de la ciudad y todo el libro es un código basado en la trama criminal oculta en la metrópoli: el refugio de los don nadie, los fracasados y los canallas amparados en la masa, en el que cualquiera puede ser tanto un sicótico en potencia como la víctima azarosa de un psicópata impotente.

3-La ciudad como soporte de la trama

Me siento a gusto aquí, en esta ciudad.
Estoy en plena selva. Un duro bosque
De cemento con cuevas de ladrillos
Donde seres mezquinos y cobardes
Se esconden con sus bienes más preciados. (ibíd.: 117)

La trama literaria surge, probablemente, cuando la apariencia no se corresponde con la realidad. Por consiguiente, donde más probabilidad hay del anonimato, tan necesario para el perpetuo crimen perfecto o, al menos, para la posible inmunidad transitoria. Y es que la ciudad está en el centro del conflicto existencial de nuestro tiempo, de la literatura contemporánea y, concretamente, de Ciudad del Hombre: New York de José María Fonollosa.
Como asegura Francisco Joaquín Cortés García (2003: 161), “la ciudad moderna es un espacio nuevamente descubierto y conquistado por la trama literaria para la ideación poética. Hay una trama genuina en la ciudad moderna que no se puede dar en otros territorios”. O, dicho de otro modo, en la metrópoli moderna ya es posible el género policiaco que necesita de alguien que tenga a la masa como víctima y a la vez como refugio, y que debe ser individualizado y extirpado de ella.
Para ello, como bien precia Cortés García, es necesario encontrar la diferencia: un hombre distinto, el detective, que busca a su álter ego en la masa: héroe y asesino que, como bien sabemos, tienen en común la característica de estar condenados a la soledad excepto en el momento de enfrentarse el uno al otro.

4-“No me reconocéis. Y sin embargo
soy uno de vosotros. Ese mismo”

Con toda ciudad existe esa relación de encantamiento y desencanto. De nuevo en palabras de Joaquín Cortés García:

El poeta contemporáneo es el arqueólogo urbano en busca de la diferencia, la ciudad le permite la búsqueda de sentidos espaciales. Es la paradoja de la ciudad contemporánea y la ideación literaria: el poeta busca espacios diferenciales y sutiles en espacios cada vez más homogéneos (porque la multitud se convierte en masa) y violentos. (ibíd.: 164).

Sin duda es ya un tópico literario el tema del regreso a la ciudad y el intento de ser o encontrarse a uno mismo, entre tanta gente, de camino al hogar. Por eso cada poema tiene el nombre de una calle: porque describe una peregrinación laberíntica que acaba por ser recurrente, pues, la ciudad, incluso la inmensa New York, es limitada. Por eso tenemos tantos poemas con el mismo nombre: el poeta vuelve a las mismas calles variando la intención, el significado, el sujeto lírico y su comportamiento. Porque ya no es el mismo poeta y porque ¿es posible acaso adentrarse dos veces en la misma calle?
Y es que la multitud engulle, modifica y transforma todo. Sólo podremos reconocernos en la citada diferencia: lo diferente se presenta entonces al hombre moderno como un espacio de seducción o como una amenaza. Lo que nos conduce al siguiente punto:

5-La amenaza de deseo en el laberinto

La ciudad para el escritor es el escenario y entramado de su obra, y también el personaje que acompleja y complementa al protagonista: porque la ciudad es un laberinto y cada habitante una forma de extravío. New York, en cambio, es la ciudad del consumo, la ciudad donde se llega buscando el éxito y, por tanto, la ciudad con mayor número de fracasados conscientes de su mediocridad. Es entonces cuando dejamos de ser aquello que tenemos, para ser aquello que miramos a través de las vitrinas de los comercios: Cela dijo que su concepto de la masculinidad se resumía en que ni lloraba ni miraba escaparates. Fonollosa, en cambio, desarrolla su concepto de la posmodernidad al mirar los escaparates llorando:

No es fácil escapar de lo que es uno.
A veces se consigue, por un tiempo,
Con un libro. O el cine. O la bebida.
Miro la cartelera de espectáculos (Fonollosa 2001: 46).

Pero, sobre todo, la reivindicación de la ciudad literaria es la reivindicación de la mujer, del encuentro y el desencuentro, de los apilamientos de objetos, cuerpos y edificios, del transeúnte y el desocupado, de la apropiación de la calle por el hombre que sale de la habitación de hotel, el hombre que sale a ganarse el pan, el hombre que sale a divertirse y el hombre que sale a buscar a su víctima o su amor, que tal vez sean la misma persona. Es decir, el hombre que alimenta la posibilidad de redención gracias a la casualidad:

6-La posibilidad del hallazgo

Cuando de algo me alejo más me acerco
a ti, a quien aún no he hallado en mi camino (ibíd.: 119).

Ya para Baudelaire la mujer, en el poema A un paseante es tratada como un ser único, singular, nacido de la masa en un “presente repentino”, y que luego desaparecerá, otra vez, en las multitudes. Resulta inevitable establecer el paralelismo con el siguiente poema de Fonollosa:

Pobre mucha hermosa que deprisa
Hacia mí vienes al cruzar la calle
Y pasas por mi lado, sin saber
Que yo soy la razón de tu existencia.

Ni siquiera me ves. Y te sonrío.

Admiro tu cabello, culo y piernas.
Estás buena. Te haría muy dichosa.
Pero tú te lo pierdes con tu prisa.
Pobre muchacha hermosa apresurada (ibíd.:94).

En palabras de Meter Elmore (PAZ SOLDÁN y Edmundo FAVERÓN PATRIAU (ed.) 2008: 259) “El motivo de búsqueda conjura tanto la posibilidad del hallazgo como el riesgo del extravío (…) impulsa una obra de índole fragmentaria y vocación proliferante”. Sin embargo, en Ciudad del hombre: New York el hallazgo conduce al extravío mental, el encuentro provoca el encontronazo y el amor la violencia y el abandono. No es posible ser felices en pareja:

Podemos elegir entre estar juntos
Y hacernos mutuamente desgraciados.

O separarnos ahora y ser también
Cada uno por su lado desgraciados (Fonollosa 2001:60).

Pero mucho menos sentido tiene prolongar el error de la existencia en otros:

Tener hijos es cosa de mediocres,
Ineptos sexualmente, analfabetos
Sexuales o de gente irresponsable.

O es un pobre y mezquino agarradero
Para dejar constancia de su paso
Por el tiempo en la vida. A través de otros.
La adopción de este medio deshonesto
Delata su estulticia y su ignorancia (ibíd.: 64).

El hombre que encuentra la diferencia en la masa no es capaz de integrarse en ella, está condenado a la soledad y asesina su reflejo antes de desintegrarse de nuevo. Es la teoría del cuchillo como nexo o el asesinato como forma de supervivencia:
Ella me dio el cuchillo y dijo: «Clávalo
en el segundo espacio intercostal».
«¿Cuál es?», le pregunté. Se abrió la blusa
y señaló, risueña, un punto: «Aquí».
(…)Sugerí: «¿Por qué no con barbitúricos?»
«Es lento», me objetó. «Ya lo he probado.
Y el lavado de estómago es horrible.
Como un trauma mental, pero en lo físico»
Sustituí su dedo por el mío
y apoyé allí el cuchillo suavemente.
Y lo empujé de súbito. No fuera
que cambiara de idea si iba lento. (ibíd.: 61)
7- “Es a los que no matan a los que debieran entregar a los psiquiatras”
Señaló Artaud “la vie c’est toujours la mort de quelqu’un”. Para el poeta francés, la crueldad suponía explorar hasta los últimos límites de la sensibilidad nerviosa, mientras que en Fonollosa, la metamorfosis constante de los personajes contribuye a moderar el efecto de la crueldad. El crimen, el asesinato por pura pereza, abulia, aburrimiento o un odio leve, absurdo, es constante en Ciudad del hombre. Escribe con gran acierto Pere Gimferrer:
“Ciudad del hombre: New York tiene tres temas fundamentales: la vida urbana, la sexualidad y el crimen. (…) El delito pertenece a la zona de la relación entre el yo y el mundo visible; la agresión es aquí metáfora de la sed de conocimiento, y diríase que, ante la imposibilidad de romper el cerco o armazón del yo, de rebasar el coso o coto de la individuación, se recurre a la violencia (…) a modo de exorcismo o simulacro vano: ya que no nos es dado ser otro que quien somos ni conocer de verdad el ser ajeno, la vulneración hace las veces de espejismo de la fusión con otro ser, y con el ser universal; con el no-yo, si se quiere”. (ibíd.: 14-15)
Ahora sí, estoy completamente de acuerdo. Fonollosa resume de manera más directa:
Se mata por librarse de algún trauma.
Para así recobrar un equilibrio
Que estaba en gran peligro de perderse.
(…)
Quien mata, lo que mata es su complejo (ibíd.:100)

Además, el crimen es también la ensoñación del poeta fracasado y casi inédito, muerto de hambre y envidioso, que pasó 35 años escribiendo y rumiando su venganza, fantaseando con un éxito que nunca llegó y apenas se le insinuaría unos meses antes de su muerte.

Si en ti hay la aberración, rara e inútil,
De querer ser un hombre que trascienda,
No estudies ni te esfuerces. Simplemente
Aprende a manejar una pistola (ibíd.:58)

Al final, el poeta ha de rendirse y llegar a la conclusión inapelable:

Si no puedes destruir a los demás
destrúyete a ti mismo. (ibíd.: 104)

Lo que nos conduce, también de manera irremediable, al último punto de nuestro artículo.
8-El riesgo de extravío:
Y aquí, entre tanta gente, en la ciudad
Siente uno que no importa nada a nadie. (ibíd: 85)
La ciudad, más que un tema para la poesía, es, sobre todo, un problema. El poeta acaba definitivamente solo, abandonado hasta por sus víctimas:
Hay que huir de la gente. La familia
Es la mano que aguanta la cabeza
Para que permanezca bajo el agua.

Y el amor es tan sólo una palabra
Que una mujer nos pone entre los brazos.
Al irse la mujer duele su nombre.

Estar aislado es grato para el alma.
Estar aislado es grato para el cuerpo.
Morir es sólo aislarse un poco más. (ibíd.: 110)

Sin embargo, este aislamiento es siempre dentro de la ciudad, un exilio interior pero que no permite la huida y por tanto, impide la felicidad. De esta manera debemos entender que es la propia ciudad y, por tanto, el no lugar, el laberinto, el habitáculo de la masa y el soporte de la trama el que dirige al poeta estas palabras cerca del final del libro:

Tú siempre has vuelto a mí. Volverás siempre.
Tus piernas te traerán siempre a mi lado,
Pues no hay más que mi nombre en tus sentidos. (ibíd: 111)

Obsérvese, por último, que en este cambio del sujeto lírico se mantiene el soporte de un endecasílabo blanco natural, con una aparente simplicidad en la línea fronteriza entre poesía y narración, pues de los mayores aciertos de Fonollosa, como espero que hayan podido notar en los fragmentos seleccionados pese a la torpeza del narrador es, como señaló Roberto Bolaño en 2666, escribir en todo momento: “Con palabras sencillas, como si estuvieras contando una historia en un bar y todos a tu alrededor fueran tus amigos y se murieran de ganas de escucharte” (Bolaño 2004: 359)

BIBLIOGRAFÍA

FONOLLOSA, José María (2001). Ciudad del hombre: New York. Barcelona: El Acantilado.

FONOLLOSA, José María.(2006) Ciudad del hombre: Barcelona. Barcelona: DVD Ediciones S.L.

PAZ SOLDÁN, Edmundo y FAVERÓN PATRIAU, Gustavo (ed.) (2008) Bolaño Salvaje. Barcelona: Editorial Candaya S.L.

CORTÉS GARCÍA Francisco Joaquín (2003) “La construcción del concepto de ciudad a partir de la ideación literaria”. Ciudades, arquitectura y espacio urbano Núm 3.

AUGÉ, Marc (1993) Los no lugares: espacios del anonimato: antropología sobre modernidad. Barcelona: Gedisa.

BOLAÑO, Roberto (2004). 2666. Barcelona: Anagrama

Víctor Peña Dacosta.

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